domingo, 2 de octubre de 2011

Undark y las chicas radiactivas


A principios del siglo XX se puso de moda la pintura a base de radio por sus propiedades fluorescentes, siendo muy común en las esferas de los relojes. En las fábricas las encargadas de pintar las esferas mojaban con la lengua el pincel, ingiriendo radio. Algunas incluso se lo ponían en los labios para resultar atractivas a sus maridos.





Al mezclarlo con el sulfuro de zinc, las propiedades fosforescentes del radio lo convertían en una sustancia idónea para ser utilizada en la industria militar americana, que por aquel entonces, precisaba de aparatos e instrumentos de uso nocturno. La depuración del radio dio lugar a un mineral llamado carnotita, produciendo así la mayor patente de pintura luminosa, venenosa y radiactiva de la historia: el "Undark".




En Europa, especialmente en Suiza, había tantos pintores de Radio que era muy normal reconocerlos por la calle. Todos ellos brillaban en la oscuridad como si un halo mágico los persiguiera.
Los directivos de la empresa ya sospechaban de la peligrosidad del producto, y mientras ellos se protegían con máscaras y guantes plomados, las 70 trabajadoras de la fábrica lo manipulaban con un bonito e inseguro uniforme corporativo y un delicado pincel de "pelo de camello".




Ajenas al peligro de esa sustancia que iluminaba todo a su alrededor, ellas mismas se lo aplicaban coquetamente en uñas, dientes y pelo, lo que más tarde les provocaría tremendas malformaciones e incluso la muerte. Anemias, neoplasias, necrosis y lo que más tarde se denominó "Mandíbula de Radio" fueron las enfermedades que una a una se fueron llevando a cada una de las trabajadoras de la fábrica.
 



Fue en 1925 cuando un dentista de Nueva York atribuyó las enfermedades detectadas en el 80% de las mujeres de la fábrica a la toxicidad de la sustancia con la que mantenían contacto directo. Mientras varios informes pagados por los dueños de la fábrica fueron presentados a la opinión pública achacando las enfermedades de sus trabajadoras a enfermedades de transmisión sexual como la sífilis. La opinión pública acabó decantándose a favor de las trabajadoras.
La empresa fue finalmente condenada a pagar 100.000 dólares y una pensión mensual y vitalicia de 600 a cada una de las chicas, muchas de las cuales no llegaron a cobrar ni una sola mensualidad. Meses después, la fábrica cerró sus puertas por las dificultades que suponía un modelo de negocio basado en un producto tan tóxico y por la peligrosidad que suponía para los trabajadores.


Fuente:
yamelose.com

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