Durante la década de los 30 o 40 del siglo XX alguien fundió,
en el estado de Nueva York, unas pepitas de oro contaminadas radiactivamente de
forma natural con radón-222. El radón-222 es un elemento radiactivo y gaseoso, incluido
dentro de los llamados gases nobles y es producto de la desintegración del
radio-226. El oro contaminado se mezcló con oro no contaminado y se utilizó
para la fabricación de joyas, sobre todo para anillos y piezas dentales.
Durante los años 30 se tenía la creencia de que el radón se
podía utilizar terapéuticamente para el tratamiento de diversas dolencias, por
lo que es posible que esta contaminación no fuera del todo accidental.
A principios de los 80 saltó la alarma al descubrirse
algunas de las piezas contaminadas, después de observar irritaciones en la piel
de los propietarios de las joyas. En los casos más graves se habían tenido que
amputar dedos por culpa del cáncer.
El departamento de salud del Estado de Nueva York puso un
stand especial en la Feria Estatal donde mostraban las joyas que podían estar
contaminadas para que los visitantes, en caso de tener alguna, las entregaran para
evitar que siguieran en circulación. Este es uno de los posters con los que se
advertía de los riesgos de tener este tipo de alhajas.
El cartel decía más o menos esto:
“¿Podrían sus joyas
ser radiactivas? No corra riesgos y compruebe sus joyas de forma gratuita. Para
conocer el lugar más cercano donde puede realizarles la prueba póngase en
contacto con su departamento de salud local o llame gratis al 1-800-462-7255. Su
salud es un precio demasiado alto para pagar el oro.”
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